La Promesa de Paz – The Promise of Peace

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La Promesa de Paz Lo que necesitáis es paz: el perdón, la paz y el amor del cielo en el alma. No se los puede comprar con dinero, la inteligencia no los puede obtener, la sabiduría no los puede alcanzar; nunca podéis esperar conseguirlos por vuestro propio esfuerzo. Mas Dios os lo ofrece como un don, “sin dinero y sin precio” (Isaías 55:1). Son vuestros, con tal que extendáis la mano para tomarlos. El Señor dice: “¡Aunque vuestros pecados fuesen como la grana, como la nieve serán emblanquecidos; aunque fuesen rojos como el carmesí, como lana quedarán!” (Isaías 1: 18) “También os daré un nuevo corazón, y pondré un espíritu nuevo en medio de vosotros” (Ezequiel 36: 26).

Habéis confesado vuestros pecados y los habéis quitado de vuestro corazón. Habéis resuelto entregaros a Dios. Id pues a él y pedidle que os limpie de vuestros pecados y os dé un corazón nuevo. Creed que lo hará porque lo ha prometido. Esta es la lección que Jesús enseñó durante el tiempo que estuvo en la tierra: que debemos creer que recibimos el don que Dios nos promete y que es nuestro. Jesús sanaba a los enfermos cuando tenían fe en su poder; les ayudaba con las cosas que podían ver, inspirándoles así confianza en él tocante a las cosas que no podían ver, induciéndolos a creer en su poder de perdonar pecados. Establece esto claramente en el caso del paralítico: “Mas para que sepáis que el Hijo del hombre tiene potestad en la tierra de perdonar pecados (dijo entonces al paralítico): ¡Levántate, toma tu cama y vete a tu casa!” (S. Mateo 9: 6).

Así también Juan el evangelista, al hablar de los milagros de Cristo, dice: “Estas empero han sido escritas, para que creáis que Jesús es el Cristo, el Hijo de Dios; y para que creyendo, tengáis vida en su nombre” (S. Juan 20: 31).

Confiar en la Promesa

Del simple relato de la Biblia de cómo Jesús sanaba a los enfermos podemos aprender algo acerca del modo de ir a Cristo para que nos perdone nuestros pecados. Veamos ahora el caso del paralítico de Betesda. Este pobre enfermo estaba imposibilitado; no había usado sus miembros por treinta y ocho años. Con todo, Jesús le dijo: “¡Levántate, alza tu camilla, y anda!” El paralítico podría haber dicho: “Señor, si me sanas primero, obedeceré tu palabra”. Pero no; creyó a la palabra de Cristo, creyó que estaba sano, e hizo el esfuerzo en seguida; quiso andar y anduvo. Confió en la palabra de Cristo y Dios le dio el poder. Así quedó completamente sano.

Así también tú eres pecador. No puedes expiar tus pecados pasados, no puedes cambiar tu corazón y hacerte santo. Mas Dios promete hacer todo esto por ti mediante Cristo. Crees en esa promesa. Confiesas tus pecados y te entregas a Dios. Quieres servirle. Tan ciertamente como haces esto, Dios cumplirá su palabra contigo. Si crees la promesa, si crees que estás perdonado y limpiado, Dios suplirá el hecho; estás sano, tal como Cristo dio potencia al paralítico para andar cuando el hombre creyó que había sido sanado. Así es si así lo crees.

“Lo creo; así es, no porque lo sienta, sino porque Dios lo ha prometido”. Dice Jesús: “Todo cuanto pidiereis en la oración, creed que lo recibisteis ya; y lo tendréis” (S. Marcos 11: 24). Hay una condición en esta promesa: que pidamos conforme a la voluntad de Dios. Pero es la voluntad de Dios limpiarnos de pecado, hacernos hijos suyos y ponernos en actitud de vivir una vida santa. De modo que podemos pedir a Dios estas bendiciones, creer que las recibimos y agradecerle por haberlas recibido. Es nuestro privilegio ir a Jesús para que nos limpie, y estar en pie delante de la ley sin confusión ni remordimiento. “Así que ahora, ninguna condenación hay para los que están en Cristo Jesús, los que no andan conforme a la carne, sino conforme al Espíritu” (Romanos 8: 1).

De modo que ya no sois vuestros; porque comprados sois por precio. “Sabiendo que fuisteis redimidos, . . . no con cosas corruptibles, como plata y oro, sino con preciosa sangre, la de Cristo, como de un cordero sin defecto e inmaculado”. (1 S. Pedro 1: 18, 19) Por el simple hecho de creer en Dios, el Espíritu Santo ha engendrado una vida nueva en vuestro corazón. Sois como un niño nacido en la familia de Dios, y él os ama como a su Hijo.

Ahora bien, ya que os habéis consagrado a Jesús, no volváis atrás, no os separéis de él, mas todos los días decid: “Soy de Cristo; pertenezco a él”; y pedidle que os dé su Espíritu y que os guarde por su gracia. Puesto que es consagrándoos a Dios y creyendo en él como sois hechos sus hijos, así también debéis vivir en él. Dice el apóstol: “De la manera, pues que recibisteis a Cristo Jesús el Señor, así andad en él” (Colosenses 2: 6).

Vayamos Como Somos

Algunos parecen creer que deben estar a prueba y que deben demostrar al Señor que se han reformado, antes de poder contar con su bendición. Mas ellos pueden pedir la bendición de Dios ahora mismo. Deben tener su gracia, el Espíritu de Cristo, para que los ayude en sus flaquezas; de otra manera no pueden resistir al mal. Jesús se complace en que vayamos a él como somos, pecaminosos, impotentes, necesitados. Podemos ir toda nuestra debilidad, insensatez y maldad y caer arrepentidos a sus pies. Es su gloria estrecharnos en los brazos de su amor, vendar nuestras heridas y limpiarnos de toda impureza.

Miles se equivocan en esto: no creen que Jesús les perdona personal e individualmente. No creen al pie de la letra lo que Dios dice. Es el privilegio de todos los que llenan las condiciones saber por sí mismos que el perdón de todo pecado es gratuito. Alejad la sospecha de que las promesas de Dios no son para vosotros. Son para todo pecador arrepentido. Cristo ha provisto fuerza y gracia para que los ángeles ministradores las lleven a toda alma creyente. Ninguno hay tan malvado que no encuentre fuerza, pureza y justicia en Jesús, que murió por los pecadores. El está esperándolos para cambiarles los vestidos sucios y corrompidos del pecado por las vestiduras blancas de la justicia; les da vida y no perecerán.

Alzad la vista los que vaciláis y tembláis; porque Jesús vive para interceder por nosotros. Agradeced a Dios por el don de su Hijo amado y pedid que no haya muerto en vano por vosotros. Su Espíritu os invita hoy. Id con todo vuestro corazón a Jesús y demandad sus bendiciones.

Cuando leáis las promesas, recordad que son la expresión de un amor y una piedad inefables. El gran corazón de amor infinito se siente atraído hacia el pecador por una compasión ilimitada. “En quien tenemos redención por medio de su sangre, la remisión de nuestros pecados” (Efesios 1:7). Sí, creed tan sólo que Dios es vuestro ayudador. El quiere restituir su imagen moral en el hombre. Acercaos a él con confesión y arrepentimiento y él se acercará a vosotros con misericordia y perdón.

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La Promesa de Paz Lo que necesitáis es paz: el perdón, la paz y el amor del cielo en el alma. No se los puede comprar con dinero, la inteligencia no los puede obtener, la sabiduría no los puede alcanzar; nunca podéis esperar conseguirlos por vuestro propio esfuerzo. Mas Dios os lo ofrece como un don, “sin dinero y sin precio” (Isaías 55:1). Son vuestros, con tal que extendáis la mano para tomarlos. El Señor dice: “¡Aunque vuestros pecados fuesen como la grana, como la nieve serán emblanquecidos; aunque fuesen rojos como el carmesí, como lana quedarán!” (Isaías 1: 18) “También os daré un nuevo corazón, y pondré un espíritu nuevo en medio de vosotros” (Ezequiel 36: 26).

Habéis confesado vuestros pecados y los habéis quitado de vuestro corazón. Habéis resuelto entregaros a Dios. Id pues a él y pedidle que os limpie de vuestros pecados y os dé un corazón nuevo. Creed que lo hará porque lo ha prometido. Esta es la lección que Jesús enseñó durante el tiempo que estuvo en la tierra: que debemos creer que recibimos el don que Dios nos promete y que es nuestro. Jesús sanaba a los enfermos cuando tenían fe en su poder; les ayudaba con las cosas que podían ver, inspirándoles así confianza en él tocante a las cosas que no podían ver, induciéndolos a creer en su poder de perdonar pecados. Establece esto claramente en el caso del paralítico: “Mas para que sepáis que el Hijo del hombre tiene potestad en la tierra de perdonar pecados (dijo entonces al paralítico): ¡Levántate, toma tu cama y vete a tu casa!” (S. Mateo 9: 6).

Así también Juan el evangelista, al hablar de los milagros de Cristo, dice: “Estas empero han sido escritas, para que creáis que Jesús es el Cristo, el Hijo de Dios; y para que creyendo, tengáis vida en su nombre” (S. Juan 20: 31).

Confiar en la Promesa

Del simple relato de la Biblia de cómo Jesús sanaba a los enfermos podemos aprender algo acerca del modo de ir a Cristo para que nos perdone nuestros pecados. Veamos ahora el caso del paralítico de Betesda. Este pobre enfermo estaba imposibilitado; no había usado sus miembros por treinta y ocho años. Con todo, Jesús le dijo: “¡Levántate, alza tu camilla, y anda!” El paralítico podría haber dicho: “Señor, si me sanas primero, obedeceré tu palabra”. Pero no; creyó a la palabra de Cristo, creyó que estaba sano, e hizo el esfuerzo en seguida; quiso andar y anduvo. Confió en la palabra de Cristo y Dios le dio el poder. Así quedó completamente sano.

Así también tú eres pecador. No puedes expiar tus pecados pasados, no puedes cambiar tu corazón y hacerte santo. Mas Dios promete hacer todo esto por ti mediante Cristo. Crees en esa promesa. Confiesas tus pecados y te entregas a Dios. Quieres servirle. Tan ciertamente como haces esto, Dios cumplirá su palabra contigo. Si crees la promesa, si crees que estás perdonado y limpiado, Dios suplirá el hecho; estás sano, tal como Cristo dio potencia al paralítico para andar cuando el hombre creyó que había sido sanado. Así es si así lo crees.

“Lo creo; así es, no porque lo sienta, sino porque Dios lo ha prometido”. Dice Jesús: “Todo cuanto pidiereis en la oración, creed que lo recibisteis ya; y lo tendréis” (S. Marcos 11: 24). Hay una condición en esta promesa: que pidamos conforme a la voluntad de Dios. Pero es la voluntad de Dios limpiarnos de pecado, hacernos hijos suyos y ponernos en actitud de vivir una vida santa. De modo que podemos pedir a Dios estas bendiciones, creer que las recibimos y agradecerle por haberlas recibido. Es nuestro privilegio ir a Jesús para que nos limpie, y estar en pie delante de la ley sin confusión ni remordimiento. “Así que ahora, ninguna condenación hay para los que están en Cristo Jesús, los que no andan conforme a la carne, sino conforme al Espíritu” (Romanos 8: 1).

De modo que ya no sois vuestros; porque comprados sois por precio. “Sabiendo que fuisteis redimidos, . . . no con cosas corruptibles, como plata y oro, sino con preciosa sangre, la de Cristo, como de un cordero sin defecto e inmaculado”. (1 S. Pedro 1: 18, 19) Por el simple hecho de creer en Dios, el Espíritu Santo ha engendrado una vida nueva en vuestro corazón. Sois como un niño nacido en la familia de Dios, y él os ama como a su Hijo.

Ahora bien, ya que os habéis consagrado a Jesús, no volváis atrás, no os separéis de él, mas todos los días decid: “Soy de Cristo; pertenezco a él”; y pedidle que os dé su Espíritu y que os guarde por su gracia. Puesto que es consagrándoos a Dios y creyendo en él como sois hechos sus hijos, así también debéis vivir en él. Dice el apóstol: “De la manera, pues que recibisteis a Cristo Jesús el Señor, así andad en él” (Colosenses 2: 6).

Vayamos Como Somos

Algunos parecen creer que deben estar a prueba y que deben demostrar al Señor que se han reformado, antes de poder contar con su bendición. Mas ellos pueden pedir la bendición de Dios ahora mismo. Deben tener su gracia, el Espíritu de Cristo, para que los ayude en sus flaquezas; de otra manera no pueden resistir al mal. Jesús se complace en que vayamos a él como somos, pecaminosos, impotentes, necesitados. Podemos ir toda nuestra debilidad, insensatez y maldad y caer arrepentidos a sus pies. Es su gloria estrecharnos en los brazos de su amor, vendar nuestras heridas y limpiarnos de toda impureza.

Miles se equivocan en esto: no creen que Jesús les perdona personal e individualmente. No creen al pie de la letra lo que Dios dice. Es el privilegio de todos los que llenan las condiciones saber por sí mismos que el perdón de todo pecado es gratuito. Alejad la sospecha de que las promesas de Dios no son para vosotros. Son para todo pecador arrepentido. Cristo ha provisto fuerza y gracia para que los ángeles ministradores las lleven a toda alma creyente. Ninguno hay tan malvado que no encuentre fuerza, pureza y justicia en Jesús, que murió por los pecadores. El está esperándolos para cambiarles los vestidos sucios y corrompidos del pecado por las vestiduras blancas de la justicia; les da vida y no perecerán.

Alzad la vista los que vaciláis y tembláis; porque Jesús vive para interceder por nosotros. Agradeced a Dios por el don de su Hijo amado y pedid que no haya muerto en vano por vosotros. Su Espíritu os invita hoy. Id con todo vuestro corazón a Jesús y demandad sus bendiciones.

Cuando leáis las promesas, recordad que son la expresión de un amor y una piedad inefables. El gran corazón de amor infinito se siente atraído hacia el pecador por una compasión ilimitada. “En quien tenemos redención por medio de su sangre, la remisión de nuestros pecados” (Efesios 1:7). Sí, creed tan sólo que Dios es vuestro ayudador. El quiere restituir su imagen moral en el hombre. Acercaos a él con confesión y arrepentimiento y él se acercará a vosotros con misericordia y perdón.

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